26/4/08

El Chef

Durante tres años vivió debajo del Manhattan Bridge, en una covacha al borde del terraplén sobre el río, y solía pasar buena parte de sus noches mirando por un ventanuco la telaraña de luces del vasto y ruidoso puente tendido sobre el East River, los faros de los automóviles que iban y venían. Cuando estaba decaído o perezoso, se alimentaba con los desperdicios de comida que encontraba en los basureros de los restaurantes de Chinatown y Little Italy, por donde deambulaba por las tardes y al amanecer. Cuando se sentía más emprendedor, atraía mirlos o una especie de codorniz que a veces, durante el invierno, venían a refugiarse en los parques de la ciudad. Los mirlos eran fáciles de atrapar, con cebo de miga de pan y cuerda de pescar. También los cazaba con una cerbatana de aluminio, que él mismo fabricó con los restos de una vieja antena de televisión, armada de dardos hechos con los restos de agujas hipodérmicas, las que solía cargar con pequeñas dosis de veneno o sedante obtenidos en los vertederos de Beth Israel o el Bellevue, los grandes hospitales. Las codornices requerían más paciencia e ingenio. Para ellas construía trampas con cajas de plástico, elásticos usados y varillas de madera o de metal. Sea como fuere, si tenía un poco de suerte, volvía a su covacha bajo el puente con sus presas y hacía una pequeña fogata para cocinar.
Le llamaban el Chef porque sabía preparar varias salsas, y era enormemente popular por los pequeños banquetes que celebraba. Entre sus visitantes se encontraban las chicas vagabundas más atractivas, y uno que otro chico dispuestos a todo por un buen manjar.
Celoso porque su compañera iba a cenar con el Chef muy a menudo, un malhumorado vagabundo a quien llamaban Kentucky Matt, le partió el cráneo al Chef con un madero una mañana mientras dormía. (Dormía cobijado con cartones, porque era pleno invierno, y parece que, para ahogar los ruidos del tránsito del puente, se había acostado con su walkman y escuchaba, cuando fue muerto, una fuga de Bach).
La chica denunció el crimen, pero Kentucky Matt no fue capturado. Huyó de la ciudad -dicen- como polizón en un vagón de ferrocarril.


A Rodrigo Rey Rosa lo descubrí hace unos pocos años con "Ningún lugar sagrado", libro de cuentos y relatos de donde saqué este que les dejo. El libro cuenta nueve historias -narradas cada una con distintas estructuras y recursos diferentes- ambientadas en Nueva York, ciudad en la que vivió el autor algunos años. También vivió en Marruecos.
La marginalidad, las drogras y la locura de la metrópolis encuentran en su escritura un original espejo en el cual reflejarse. Nació en Guatemala en 1958 y, para suerte nuestra, aún sigue escribiendo.

2 comentarios:

Aqua dijo...

De ese mismo libro me encantó la historia de Poco Loco, en donde, hacia el final del cuento, el narrador dice:

"No se sabe si es cierta la leyenda que circuló por Tompkins Square, que decía que Daniel alimentó a sus seguidores durante varios días con la carne de Alicia. Lo cierto es que fue el mismo Daniel quien hizo correr este rumor, y la policía se enteró. Cuando lo arrestaron en su apartamento, la cabeza de Alicia estaba todavía en una olla, en el congelador. Daniel no negó su crimen, pero durante el juicio declaro que lo había cometido en nombre de Dios, que le había mandado fundar una nueva religión y que había señalado a Alicia como la víctima de sacrificio. De modo que fue absuelto por locura, y enviado a un asilo para dementes en Siracusa, Nueva York."

Es un cuentico en si mismo.
Ciao, Capitán!

capitan iseka dijo...

Hola Aqua! Sí, es muy loco ese relato, me gustó mucho. Todos son muy violentos, incluso los que no muestran violencia física. Aunque ese que mencionás es más bien macabro.
Gracias por pasar.
Saludos!