30/4/08

Haikus de invierno

Ruido
de cascada cayendo
en el mar en la noche
de invierno

Kyokusui


La tormenta de invierno
se vierte en el ruido
del mar

Gonsui


La ráfaga no quiere
que el chaparrón
llegue hasta el suelo

Kyorai


Llueve y llueve,
hasta que los rastrojos
quedan negros

Bashô


En los bambúes
entra la tarde,
entra la lluvia fría

Seisei


Baya,
clavija roja
sobre la escarcha

Shiki


No hay cielo ni tierra
sólo nieve
que cae eternamente

Hashin


Finalmente acá estoy otra vez con los haikus. Para este post seleccioné -tal vez influenciado por el frío que comienza a hacer por estas latitudes- varias composiciones que hacen referencia a la naturaleza, a la intemperie y, sobre todo, al invierno. En su forma tradicional, el haiku debe incluir obligatoriamente lo que se denomina “kigo” o palabra de estación: así, tenemos haikus de verano, de otoño, de primavera y de invierno. Se los reconoce porque el poema incorpora palabras que hacen referencia a flores, aves, insectos, rasgos paisajísticos y fenómenos naturales propios de cada estación.
Yo estoy utilizando las versiones del poeta argentino Alberto Silva quien, junto con un equipo de colaboradores de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kyoto, tradujo más de 800 haikus. En realidad -y el mismo Silva lo dice- la traducción del haiku es casi imposible, y mejor es decir que se hace una adaptación poética del mismo. Por eso no es raro encontrar diferentes traducciones de un mismo haiku. En futuros post voy a tratar de ir explicando cuales son las principales dificultades que enfrenta la traducción. Hasta la próxima.

26/4/08

El Chef

Durante tres años vivió debajo del Manhattan Bridge, en una covacha al borde del terraplén sobre el río, y solía pasar buena parte de sus noches mirando por un ventanuco la telaraña de luces del vasto y ruidoso puente tendido sobre el East River, los faros de los automóviles que iban y venían. Cuando estaba decaído o perezoso, se alimentaba con los desperdicios de comida que encontraba en los basureros de los restaurantes de Chinatown y Little Italy, por donde deambulaba por las tardes y al amanecer. Cuando se sentía más emprendedor, atraía mirlos o una especie de codorniz que a veces, durante el invierno, venían a refugiarse en los parques de la ciudad. Los mirlos eran fáciles de atrapar, con cebo de miga de pan y cuerda de pescar. También los cazaba con una cerbatana de aluminio, que él mismo fabricó con los restos de una vieja antena de televisión, armada de dardos hechos con los restos de agujas hipodérmicas, las que solía cargar con pequeñas dosis de veneno o sedante obtenidos en los vertederos de Beth Israel o el Bellevue, los grandes hospitales. Las codornices requerían más paciencia e ingenio. Para ellas construía trampas con cajas de plástico, elásticos usados y varillas de madera o de metal. Sea como fuere, si tenía un poco de suerte, volvía a su covacha bajo el puente con sus presas y hacía una pequeña fogata para cocinar.
Le llamaban el Chef porque sabía preparar varias salsas, y era enormemente popular por los pequeños banquetes que celebraba. Entre sus visitantes se encontraban las chicas vagabundas más atractivas, y uno que otro chico dispuestos a todo por un buen manjar.
Celoso porque su compañera iba a cenar con el Chef muy a menudo, un malhumorado vagabundo a quien llamaban Kentucky Matt, le partió el cráneo al Chef con un madero una mañana mientras dormía. (Dormía cobijado con cartones, porque era pleno invierno, y parece que, para ahogar los ruidos del tránsito del puente, se había acostado con su walkman y escuchaba, cuando fue muerto, una fuga de Bach).
La chica denunció el crimen, pero Kentucky Matt no fue capturado. Huyó de la ciudad -dicen- como polizón en un vagón de ferrocarril.


A Rodrigo Rey Rosa lo descubrí hace unos pocos años con "Ningún lugar sagrado", libro de cuentos y relatos de donde saqué este que les dejo. El libro cuenta nueve historias -narradas cada una con distintas estructuras y recursos diferentes- ambientadas en Nueva York, ciudad en la que vivió el autor algunos años. También vivió en Marruecos.
La marginalidad, las drogras y la locura de la metrópolis encuentran en su escritura un original espejo en el cual reflejarse. Nació en Guatemala en 1958 y, para suerte nuestra, aún sigue escribiendo.

23/4/08

Sueño infinito de Pao Yu

Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible, dijo, que haya un jardín idéntico al mío?
Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, a Pin-Erh y a todas las de la casa? Una de las doncellas exclamó: "Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?" Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo: "Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos un poco." Las doncellas se rieron. "¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él." Eran doncellas de otro Pao Yu. "Queridas hermanas -les dijo-, yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?" "Es Pao Yu", contestaron. "Sus padres le dieron ese nombre, que está compuesto de los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tu para usurpar ese nombre?" Se fueron, riéndose.
Pao Yu quedó abatido. "Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá, de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo." Trabajado por esos pensamientos, llegó a un patio que le pareció extrañamente familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo: "¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?" "Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama." Al oír este diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó: "Vine en busca de un Pao Yu; eres tú." El joven se levantó y lo abrazó, gritando: "No era un sueño, tú eres Pao Yu." Una voz llamó desde el jardín: "¡Pao Yu!" Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro le decía: "¡Vuelve pronto, Pao Yu!" Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó: "¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?" "Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron..."

A este fragmento lo saqué de la misma antología de la que salió este cuento. Pertenece a la novela "Sueño del aposento rojo", del chino Tsao Hsue-Kin (1719-1764). Si a alguien le interesa, acá hay un comentario de Jorge Luis Borges al respecto.

20/4/08

La máquina voladora

Un hombre ingenioso que había construido una máquina voladora invitó a un grupo numeroso de personas para verla subir. A la hora señalada, con todo preparado, el hombre entró en la máquina y la puso en funcionamiento. El aparato atravesó enseguida el piso firme sobre el cual había sido construido, y se hundió en la tierra perdiéndose de vista; el aeronauta apenas logró saltar afuera y ponerse a salvo.
-Bueno -dijo-, he hecho todo lo necesario para demostrar la corrección de mis detalles. Los defectos -agregó, echando una mirada al piso arruinado- son apenas básicos y fundamentales.
Luego de esa declaración, la gente se le acercó con donativos para construir una segunda máquina.

Ambrose Bierce (1842- ?) es recordado en su país, Estados Unidos, por las irónicas y sarcásticas columnas que escribía para algunos medios gráficos. Menospreciaba los estereotipos sociales que producía su cultura y lo decía, a veces, en forma de literatura breve. Este cuento es una buena muestra de ello. Lo saqué de una revista de ciencia ficción y fantasía que se editaba durante la década del 80 en Argentina: "El péndulo". En esta revista también había un pequeño artículo sobre Bierse que decía: "A fines del siglo pasado Ambrose Bierce escribió un texto entre periodístico y narrativo que bajo el título "Desapariciones misteriosas" narraba tres casos en que un ser humano había desaparecido sin dejar rastros y sin explicación razonable posible. Su propia teoría recurría a una probable cuarta dimensión. Años después, más precisamente entre 1913 y 1914, Bierse se fue a México, con el vago y extravagante proyecto de unirse a las tropas de Pancho Villa. Y desapareció. Sin que mediaran rastros o una explicación razonable".


16/4/08

El principio de Arquímides

Un rey en viaje cae a un pozo profundo
nadie tiene la menor idea de cómo salvarlo
hasta que un paje llamado Arquímedes
recomienda comunicar el abismo
con una laguna de la vecindad
y el rey subió con el nivel del agua

Este poema lo saqué "Hojas de Parra", anteúltimo libro publicado por el chileno Nicanor Parra en 1983. Su último libro de poemas, "El Rey Lear", salió en 2004, luego de 20 años sin publicar. No lo leí todavía.

14/4/08

El eclipse

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis –les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

Este cuento es del hondureño Augusto Monterroso. Lo saqué de su primer libro de cuentos "Obras completas y otros cuentos", editado en 1959. En este libro está otro de sus cuentos más conocidos: "El dinosaurio": Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

4/4/08

El poeta

Cuenta la leyenda el largo peregrinaje que emprendieron los pájaros por los bosques y las montañas hacia una meta divina que habría sido al mismo tiempo una consumación y una integración. Muchos murieron durante el viaje, torturados por la sed, descuartizados por las águilas enemigas, atravesados por las flechas de los cazadores, extraviados por la tempestad. Muchos otros consiguieron en cambio alcanzar el lugar predestinado, donde con sus propios cuerpos habrían formado el cuerpo único de su dios. Este dios era muy liviano, casi un temblor del aire: sus miembros entretejidos de alas y plumas tibias resplandecían al sol con todos los colores del arco iris; sus cabellos eran plumas de cuervo, sus ojos alas de golondrina, y sus labios crestas rojas de cardenales. Era el dios de los pájaros, que asumía la figura humana para poder desafiar a otro dios, enemigo de los pájaros. El dios hostil le mandó a su encuentro a la diosa de las serpientes, cuyo cuerpo escamoso estaba todo entrelazado de víboras. En vez de destruirse, las dos divinidades se unieron en la carne durante un siglo entero sin interrupción, y al final tuvieron un hijo que fue el primer poeta, el que después enseñaría a los hombres el arte de hablar con metáforas.

Juan Rodolfo Wilcock nació en Buenos Aires en 1919. Fue amigo de Jorge Luis Borges y de Bioy Casares. A mediados del siglo pasado se fue a vivir a Italia, donde murió en 1978. Escribió poesía, relatos, novelas y obras de teatro en español e italiano. Este relato pertenece al libro "El estereoscopio de los solitarios", que fue escrito originalmente en italiano y publicado en 1972. En español se publicó por primera vez en 1998.
Wilcock fue un escritor de una imaginación inagotable que compartió, junto a muchos otros, la lista de los grandes olvidados de la literatura argentina. Sigo viaje.

3/4/08

Optimismo

El optimismo, cuando no se trata del discurso vacío de quien en su cerebro no alberga más que serrín y palabras, es una idea no solo falsa, sino propia de desalmados, una cruel burla de los padecimientos sin cuento de la humanidad.

Cayó a mis manos un libro que recoge diversos fragmentos de la vasta obra de Arthur Schopenhauer. El filósofo nació en la singular "ciudad libre" de Danzig sobre el mar Báltico en 1788. Por diferentes circunstancias de la vida, Schopenhauer se vio libre de la necesidad de trabajar para vivir. Ese tiempo libre lo utilizó para viajar y aprender varias lenguas, además de practicar su deporte favorito: criticar sin piedad a todos aquellos que le caían mal, sobre todo a los filósofos alemanes. Voy a ir posteando sus opiniones sobre Hegel, Fitche, Schelling. No tienen desperdicio.
La recopilación de textos se llama "El arte de insultar".