6/9/08

Breve ensayo sobre el ómnibus

El ómnibus es el vermouth de la muerte; es una coctelera de cuyo zarandeo nace un copetín democrático.
Cajita de sorpresas, no se sabe si el asombro vendrá de los cristales epilépticos, del escape insecticida y de los muelles traidores que ocultan su tirabuzón debajo del asiento.
El "chauffeur" es un Caronte con camiseta de punto, y, en verdad, nos sentimos infernales y ridículos, como si estuviésemos alineados en una exposición de caricaturas.
El ómnibus es la tragedia con patente municipal: cuando no consigue matar a nadie, atropella al silencio de las callejuelas ante la expectativa de los adoquines.
Todos los guardas creen que el ómnibus ha sido inventado para que ellos escupan desde la plataforma.
El ómnibus ha revolucionado las matemáticas, demostrando que "puede ser mayor el contenido que el continente".
Dante hubiera creado el círculo del ómnibus para castigar el pecado de trabajar (Trabajar: verbo impracticable de la primera conjugación).
Las ventanillas del ómnibus son muy caprichosas: no acaban nunca de elegir el paisaje.
Hay una vieja hostilidad de los adoquines hacia las llantas de goma; cuando estalla, se produce una carambola entre los adoquines, las ruedas y el equilibrio de los pasajeros.
En el ómnibus todas las mujeres púdicas se arreglan la falda para mostrar las piernas.
El ómnibus aborrece la raya del pantalón y los botines lustrados.

Pequeñas satisfacciones del ómnibus:

a) cuando se descompone media cuadra antes de nuestro destino; b) cuando, poseedores de un asiento horrible, se lo cedemos a la conocida que acaba de subir; c) cuando arranca antes de que suba el señor gordo; d) cuando dicho señor gordo inicia una inútil y ridícula persecución; e) cuando la vecina del pasillo se rompe la gravedad.
Sin embargo, debemos al ómnibus el sentido moderno de la aventura: 1) porque, iniciado el viaje, no sabemos cómo ni dónde terminará; 2) porque nos decoran vagos sentimientos de catástrofes; 3) porque nos ofrece la ocasión de figurar en las crónicas de policía, dulce anhelo que todos hemos acariciado alguna vez.
El ómnibus ha creado el heroísmo de hoy. Junto a sus episodios, los cantos de Homero resultan vulgares recetas de cocina.
¡Glorifiquemos al ómnibus! ¡Aquí, poetas; aquí concejales del municipio!
Hay que levantarle un monumento a esa olla del cosmopolitismo nacional: el marmolero Zonza Briano podría encargarse de la obra.

En 1925 la revista argentina Martín Fierro publicó este ensayo irónico humorístico del joven poeta Leopoldo Marechal (1900-1970). En ese entonces, el futuro creador de "Heptamerón" y de la novela "Adán Buenos Aires" contaba con 25 años. Antes que nada Marechal fue un poeta comprometido estética y políticamente con su tiempo. Su adhesión al peronismo le valió la marginación del establishmen literario hasta el día de su muerte. Para felicidad de todos nosotros, Julio Cortázar fue uno de los escritores que lo sacó de la oscuridad y supo darle el lugar que se merecía dentro del nido de víboras literario. Gracias a eso podemos disfrutar de las geniales novelas "El banquete de Severo Arcángelo" (1965) y "Megafón o la Guerra", publicada en 1970 un mes después de su muerte. "Adán Buenos Aires", su creación más genial, es de 1948. Esta es una excelente página sobre Leopoldo Marechal. Hay de todo: cronología de su vida y su obra; ensayos y artículos sobre su obra; y hasta se pueden descargar sus trabajos y escuchar un poema recitado por él mismo. Para el que no lo conoce, es una buena manera de empezar a hacerlo.

, , , , , ,

1 comentario:

Aqua dijo...

Leer este breve ensayo me ha recordado, no sin sonreír (de costado), mis antigüos viajes en Subte, ese arcángel apocalíptico moderno donde nos envirulamos de mal humor y destilamos sudores. Me parece que las situaciones no han cambiado mucho desde 1925.

Aunque también me ha despertado la curiosidad por conocer un poco más de la literatura de Marechal.

Gracias por las presentaciones, Capitán.

Le dejo besos.